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El Etanol en Contexto

¿Se trasladarán los subsidios del sector agrícola al sector energético?

EDUARDO ANDRADE ITURRIBARRÍA*

Es común en México encontrar soluciones en entelequias. Van desde la reforma del sector energético para encontrar la prosperidad y la competitividad, aunque muestras y tipos de reformas energéticas hay no menos de 10 en el Congreso. También, coyunturalmente, el etanol se ve ahora como solución para el déficit de productos refinados, la sustitución de reservas petroleras y, de paso, la “situación” del maíz, sin que se sepa a qué se refieren los distintos interlocutores con el significado de esa “situación”.

Ejemplo claro de la confusión al respecto fueron las declaraciones del Secretario de Agricultura manifestando su apoyo a la Ley de Fomento a los Biocombustibles que no haría más que profundizar la dependencia del precio del maíz en los precios de los hidrocarburos. Esto sucede en momentos en que el resto de la administración federal dilucidaba qué hacer para que ese mismo precio disminuyera.

El etanol es una solución tipo boutique para el sector energético mexicano: No reemplaza la función de los hidrocarburos ni la responsabilidad de Petróleos Mexicanos (Pemex) para proveernos de ellos. Para el caso de cualquier cultivo distinto a la caña de azúcar, el balance energético de cada unidad producida de etanol es, en el más optimista de los casos, sólo marginalmente positivo. Su contribución en volumen al suministro de combustibles en México es nula. Al día de hoy, no se produce en realidad ni un solo litro de él en el país. Esto obliga a pensar cómo sería una solución que gradualmente podría tener algún impacto en la matriz energética. Esto si las importaciones desde países como Brasil no invadieran y se posesionaran del mercado mexicano por su mayor eficiencia en el ciclo agrícola y las ventajas en conocimientos tecnológicos que han desarrollado desde hace 30 años, cuando comenzaron a producirlo.

Esto no implica que México deba soslayar y olvidar los biocombustibles, como hasta ahora lo ha hecho, sino que los ponga en contexto como una solución marginal dentro del ámbito de la energía. Debemos estar conscientes de que involucra la utilización como combustible de productos agrícolas claramente necesarios para la alimentación y, además, por lo precario de la tecnología que permitiría la producción comercial de etanol procedente de la celulosa, componente mucho más abundante en la naturaleza y parte no comestible de cosechas como el maíz.

En este sentido, lo lógico es montarse en la ola de desarrollo tecnológico tendiente al uso de la celulosa y no querer comenzar desde cero. Después de todo, el etanol es alcohol como el de las bebidas espirituosas pero para uso industrial, cuyo proceso de producción en sus formas más básicas han conocido todos los pueblos del planeta desde la historia más remota.

Desafortunadamente, el dictamen de la Ley para el Fomento de los Biocombustibles es vaga y parece formada más por lineamientos generales en lo conceptual y por un esfuerzo –consciente o inconsciente– por transportar los subsidios y la ineficiencia propia de la producción agrícola al entorno energético. Si se pretende mantener el precio de las gasolinas en los niveles actuales, el sobrecosto que la adición de los biocombustibles implicaría tendría que ser absorbido por una disminución del Impuesto Especial sobre Productos y Servicios o a cargo de las utilidades de Pemex. Esto obligaría a que, además de la cordura y la prudencia que requiere dicha ley, pase, además, por las instancias que analizan el impacto presupuestario de las nuevas medidas legislativas. Cabe mencionar que en los Estados Unidos existe un subsidio explícito equivalente a 52 centavos de dólar por galón de gasolina. ¿Existe ya la provisión presupuestaria y la idea de dónde emanarían los recursos reales para promover la inclusión del etanol en la gasolina?

Por otra parte, el discurso de George W. Bush –en el congreso estadounidense al reportar el Estado de la Unión a mediados de enero en el que declaró que los biocombustibles tendrían que ser parte fundamental del suministro en su país– tiene que ser una llamada de atención profunda a lo largo y ancho de nuestro México. Si dicho plan fuera puesto en marcha, aunque sea en una parte, el efecto sobre el precio de los cultivos susceptibles a convertirse en etanol sería definitivamente al alza. ¿Qué tanto? Probablemente muy por encima del precio actual. Hay que entender que el objetivo del Presidente Bush va más allá de beneficiar el medio ambiente y se inserta en el ámbito, al menos en el discurso, de disminuir la dependencia de combustibles de países con ambientes políticos volátiles. Por esta razón el precio del maíz puede reflejar el costo de oportunidad por su posible uso como combustible -como ya sucede– más el valor económico que el gobierno americano asigne al miedo a la volatilidad política en otras partes del mundo por encima de los 52 centavos por galón con que lo subsidian actualmente. Este precio, y el subsidio para volverlo comercialmente atractivo, en los Estados Unidos tendría un efecto espejo en México como consecuencia de la consabida globalización. ¿Estaríamos también listos para eso?

El etanol es parte del futuro, pero para esta generación el futuro sigue estando en los hidrocarburos y no en los carbohidratos.

*Ingeniero civil, egresado de la UNAM con especialización en administración de proyectos y posgrado en finanzas del ITESM y de proyectos de inversión de la Organización de Estados Americanos (OEA). Es ex presidente de la Asociación Mexicana de Energía, miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales y se desempeña como director de Desarrollo de Negocios de Techint (eduardoandradeiturribarrria@gmail.com).